En México el primer partido que elevó el tema en la agenda
política sobre la segunda vuelta electoral fue el Partido Revolucionario Institucional.
El único argumento que encuentro para que ellos iniciaran el debate de esa
posibilidad eran las escasas expectativas que tenía para regresar al poder
presidencial.
La segunda vuelta electoral, de acuerdo a los politólogos, se
presenta cuando en el primer encuentro democrático ninguno de los contendientes
rebasa el 50 por ciento de los sufragios, lo cual le resta legitimidad al
proceso porque estaría gobernando (quien gane) con menos de la mitad de los
electores.
Se supone que la segunda vuelta, con el apoyo de otro u otros
partidos, tendría una votación mayoritaria -más del 50 por ciento- y ese
escenario le ofrece legitimidad. Es decir, que quien resulte ganador está
avalado por más de la mitad del padrón electoral.
La diferencia de propuestas en el tema de la segunda vuelta
entre lo que planteaban los priistas y lo que postuló recientemente, Cuauhtémoc
Cárdenas, es una ampliación de los puestos públicos. Los priistas se limitaban
a la segunda vuelta en la presidencia y Cárdenas contempla al presidente,
gobernadores y diputados. Es decir, hacerlo atractivo para la mayoría de los
actores políticos.
Enfatizo. El beneficio es exclusivamente para quienes
desarrollan una labor política, lo cual de ninguna manera induce a que estén
pensando en un beneficio social. Y sostengo lo anterior porque la segunda
vuelta plantea una negociación de representantes de partidos, en donde,
incluso, chocan las ideologías y por lo tanto intereses.
Esa mezcla de frutos tendría un costo administrativo y
político. Primero desconfianza entre los equipos de trabajo y eso llevaría a un
colapso burocrático. Cada cual vigilaría a su “aliado”. Y político porque al
poner en práctica cualquier programa van a surgir los boicots, precisamente,
porque con esas políticas públicas, se hace clientelismo político. Si hubiere
un beneficio social se corre el riesgo de que se pierda por los encontronazos
burocráticos de dos equipos de trabajo con diferentes expectativas políticas y
sociales.
El debate de la segunda vuelta lo iniciaron los priistas con
el segundo revés en la pérdida de la presidencia de la República (2006) y
porque habían descendido del segundo al tercer lugar en las preferencias electorales.
Es decir, con la segunda vuelta avizoraban que de lo “perdido es bueno
encontrar algo”. Retrato intereses políticos.
Los priistas perdieron la presidencia de la República, en el
2000, por lo menos, por tres postulados: hartazgo de la gente, mal candidato y
división interna tenue. En la segunda ocasión por candidato de dudoso pasado
(Roberto Madrazo Pintado) y fuerte división interna. En esta última ocasión se
fueron hasta el tercer lugar. Y es aquí donde, desesperados, por encontrarse
fuera del presupuesto es que plantean la segunda vuelta.
La segunda vuelta electoral es, abiertamente, una negociación
de las cúpulas partidistas, en donde enfáticamente nos dicen que lo menos
importante es un proyecto de país, y lo trascendente es cómo llegar al poder o
por lo menos conservar alguno de los beneficios.
Al recordar el sistema de partido único en México lo
rescatable es que había una disciplina entre sus militantes, lo cual llevó, en
alguna etapa de la historia a que este país alcanzara un 7 por ciento de
aprovechamiento del Producto Interno Bruto. Si bien hubo condiciones externas,
también se evidenció una férrea norma y/o acuerdo entre todos los sectores,
tanto políticos como productivos.
El país conocido como México posee una riqueza
extraordinaria. Es la décima segunda mejor economía mundial y es el sexto
productor de petróleo. Tesoro que ha sido dilapidado y también mal distribuido.
La segunda vuelta plantea ya no una negociación con todos,
sino con los aliados. Es decir, que va a encontrar una minoría activa
descontenta. A menos que los aliancistas ganadores consideren una política de
inclusión a esas inferioridades. Situación que subraya una característica de la
política mexicana: simulación. revistaa@yahoo.com
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