David
Martínez Téllez
En política las alianzas no
son eternas, como tampoco las adversidades. Todo es cuestión de intereses.
Si en algún momento
coinciden los beneficios entonces se darán la mano. Caso contrario si cada cual
busca más ventajas, entonces irán a la competencia política.
La política es de acuerdos y
desacuerdos. Eso sí, con respeto se retira cada quien a su frente para desde
ahí combatir al adversario.
En la era de partido único o
hegemónico sólo se podía hablar de grandes enemigos y reducidos grupos de
aliados. Con la reciente alternancia el esquema cambió.
El PRI no quiso ser un
aliado formal ni del PAN ni tampoco del PRD al perder la presidencia. Sin
embargo, en su refractación envío a cuadros a ambos partidos. En realidad cada
quien buscó la manera de conservar privilegios por lo que los priistas se
convirtieron en un afiliado soterrado de la derecha e izquierda.
En la última etapa de PRI
como partido hegemónico el PAN se hizo pasar como aliado.
Si bien el partido
hegemónico perdió la presidencia, tuvo la habilidad de convertirse en un
contrapeso político del gobierno federal con la conformación de la Comisión
Nacional de Gobernadores (Conago). Es decir, el PRI tenía los hilos del poder.
En la actualidad el partido
tricolor ha regresado al poder presidencial con algunas deficiencias. Por
ejemplo no es mayoría absoluta en el poder legislativo. Esa fue su pretensión,
y, no le alcanzó la votación.
Esa situación de mayoría
simple le ha obligado al PRI a buscar aliados para llegar a aprobar leyes que
les interesan. Dos son los partidos con los que ha llegado a acuerdos: PAN y
PRD. Pero como éstos también juegan sus intereses, entonces entran a la
intermitencia de ser aliados en unos temas y adversarios en otros. No son
aliados confiables, pero se necesitan.
Es en ese sentido que los
políticos aducen el concepto diálogo como sinónimo de acuerdo, en donde todos
los convocados ceden y así, también todos, ganan.
El signo para convertirse en
aliado de quien en este momento detenta la mayor parte del poder se reduce a
unidad. Y ni el PRD ni el PAN son instituciones homogéneas.
Los perredistas sostienen
dos discusiones internas: o se dividen frente a Morena o apoyan a los
negociadores de los Chuchos. La fragilidad del PAN se ha mostrado en su falta
de militancia. Sin embargo, ambos partidos presentan la fortaleza de conservar
a la mayoría de sus diputados. Esa es su virtud.
Los perredistas continúan en
los colores negro amarillo. No se deciden a pasarse a Morena. Y los panistas se
mantienen. Éstos últimos mejor organizados. Cada cual muestra su vigor.
La disputa de estos partidos
se encuentra en querer ser el mejor aliado del PRI. Luego de conocer la
reciente historia política del PAN en acuerdos con los priistas cuyo resultado
llegó a ser la conducción del país, bajo ese escenario es que los perredistas
anhelan en ser aliados. La idea los seduce.
La gente percibe que ni la
izquierda ni la derecha persiguen cambios en beneficio de la sociedad. Parece
que la sociedad se enteró que los partidos políticos sólo buscan el poder por
el poder.
Es por eso, entre ellos, o
son aliados o adversarios; pero nunca enemigos. revistaa@yahoo.com
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