David Martínez Téllez
Las
izquierdas con sus distintos orígenes, luego de conocer los hedonismos del
mando, han encontrado el mismo destino: participar del poder.
En
los pensamientos juveniles avasallaba la idea -porque la democracia los ha
alcanzado- que la única vía para llegar al poder era la vía armada. Se entendía
por poder la conducción del gobierno. Los que tenía otras experiencias y
también otras edades trataban de inducir en los jóvenes a la participación
reformista. Es decir, al cambio por la vía electoral.
La
resistencia de millones de jóvenes a una negociación política y a su
permanencia en la rebeldía se justifica porque, por lo menos en México, se vivía
en un sistema de partido único y luego hegemónico.
El
poder se quedaba en un reducido grupo. No existía un resquicio para que ni la
oposición ni los adversarios conocieran, por lo menos, los placeres de mandar.
Los
conformismos políticos se fueron rompiendo. No ha sido fácil, pero las ataduras
se fracturaron.
Y
las transformaciones, en el caso mexicano, nunca fueron ni por presión de la
sociedad como tampoco de las izquierdas. Por increíble que parezca devinieron del
mismo grupo en el poder.
Una
descripción de la revoluciones nos la ofrece, con detalle, la filósofa alemana,
Hanna Arendt con su frase: es una traslación de 360 grados, en donde quedan en
el poder casi los mismos que iniciaron el movimiento. Es decir, los mismos.
Ya
entrados en el tema de conservar una cultura política a la mexicana para entretenernos
con esos vacuos debates que a nada conducen, la izquierda reitera como punto de
inflexión el movimiento estudiantil del 68, y poca importancia se le ha dado a
1988. El primero una inquietud, el segundo una convulsión por el poder. El 68
una ideología. El 88 pragmatismo por el dominio.
El
68 una matanza en donde la sociedad no pudo o no quiso reaccionar. El 88 abrió
el camino para que la izquierda accediera al poder. No fue de inmediato, pero
poco a poco fue descubriendo qué eso de ser autoridad. Y como la democracia
presenta reglas, primero llegó el PAN a las gubernaturas, luego la disidencia
del partido autoritario y después la izquierda.
A
la silla presidencial llega en primer lugar el PAN y regresa el PRI, si la
lógica política no falla vendrá la izquierda a mediano plazo. No es un asunto
de cábala, sino de aplicar la teoría política, la cual nos indica que dadas
ciertas circunstancias se repite el fenómeno. Y ahí estará la izquierda
conduciendo el gobierno.
El
indicio de que eso sucederá se encuentra en que la izquierda mexicana, ahora en
dos presentaciones, rebelde o reformista, está participando en el juego
electoral. Ya casi queda en el olvido la cláusula de que la única vía para
acceder al poder es la revolución. Ahora para conducir al país es necesario
integrarse a las reglas del juego. En este sentido se encuentra la petición de
Morena para convertirse en partido político.
Pero
además de “olvidarse” de aquella máxima, la misma izquierda va a entablar un
pleito por los espacios políticos. En un primer evento se observará dividida;
sin embargo, pasada esa experiencia volverá a unirse para demostrar su capacidad
y obtener el triunfo.
Así
como el PRI vivió el traumatismo de la ruptura y ahora el deleite de retorno al
poder, en ese mismo nivel la izquierda tendrá sus vivencias y después la
cosecha.
El
destino inmediato de las izquierdas será consigo misma a través del altercado por
espacios políticos. De ninguna manera se han planteado un proyecto de país o de
nación. Su destino está enmarcado: participar del poder. Ya lo he escrito, pero
reitero, todavía no por el triunfo porque estará dividida.
Con
su participación electoral y su cambio de actitud (no a las movilizaciones, por
ejemplo), la izquierda seducirá a otros grupos de poder quienes le ayudarán a
conducir el país. revistaa@yahoo.com
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