El dibujante y
escultor José Luis Cuevas, literalmente, vivió y murió en la polémica.
No fue pintor, aunque
siempre se auto adjudicó ese calificativo. Fue un personaje excéntrico tanto
por lo que decía y por lo que escribía. Lo único por lo que fue inconfundible
fue por su exagerado egocentrismo. Todo giraba, según él, a su alrededor.
Fiel a su tormento
hasta en su muerte causó altercado familiar. Ahora si que genio y figura hasta
la sepultura.
No sé si fue dicha u
obra de la casualidad, pero fui vecino de José Luis Cuevas. Nos separaba una
calle. Unos 300 metros de distancia. Y esto no quiere decir que sea o haya sido
igual o un poquito menos famoso que Cuevas. O que por la cercanía haya ganado
cierto perfil artístico, menos
científico. Simplemente lo tengo presente cuando caminaba por las calles
empedradas de San Angel.
Le gustaba vestir
botas o chamarras de piel. A un lado,
con cadena, un perro de raza pastor alemán.
Cuevas tuvo la osadía
de criticar a los muralistas mexicanos. La máxima expresión de la cultura en
los últimos 100 años. Y este perfil lo llevó a la popularidad.
Aprovechó esa
notoriedad para escribir en uno de los mejores periódicos de circulación
nacional: El Universal, cuando era director Julios Scherer García. Un
periodista que dio inicio a la pluralidad.
Todo lo que decía o
escribía Cuevas presenta el rasgo de egocentricidad acendrado.
Cuando era invitado a
un evento, siempre creía y decía que por él que se congregaba la gente. Así era
Cuevas.
En estos días televisa
difundió un video en donde el mismo Cuevas relata cómo inició su fama pública.
En entrevista comentó que en una de sus exposiciones Pablo Picasso compró dos
dibujos y que con esta peculiaridad dio inicio a su aura.
Creo que aprovechó el
evento para colgarse y decirse que era lo mejor del área de las artes plásticas
en México.
La mayoría de los
artistas coincidían que no era pintor y sí un extravagante dibujante. Esta fue
la tónica de su vida y hasta frente a su ferétro: la polémica.
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