¿Hay motivo para celebrar el
día del maestro en un año donde profesores dejaron de ofrecer sus servicios por
más de dos meses? Y además, como sociedad, tenemos presente la imagen de gente
que rompió vidrios de ventanas y puertas de edificios públicos y bloqueó
carreteras como forma de protesta.
O que los normalistas,
futuros pedagogos, secuestran camiones y cierran carreteras para botear. Esas
escenas están frescas y presentes en el imaginario social y, habría que
acotarlo, no son todos, pero desgraciadamente sí, miles.
Afortunadamente existen
profesores con vocación. A esos que les encanta leer y enseñar lo que han
aprendido. A estos verdaderos maestros se les reconoce su labor con el paso de
mucho tiempo. No es ni a corto como a mediano plazo. Pasan años para comprender
a quienes labraron un horizonte distinto.
En esta entrega voy a
realizar una comparación de la preparación profesional de algunos de lo que
fueron mis mentores con muchos de compañeros que se desempeñan como tales.
Primer paso. Estudié,
siempre, en instituciones públicas. En la primaria fui al turno vespertino
porque mis padres carecían de recursos para comprar el uniforme. En términos
marxistas entendí (en la adolescencia) que había clases sociales.
Desde aquel tiempo hasta la
actualidad continúa con la deficiencia de cantidad de maestros. Pero por suerte
me tocaron dos estudiantes que, hasta ese momento, eran pasantes de
licenciatura de la Universidad Nacional Autónoma de México. Uno de ellos, Ricardo
Carreón, en arquitectura y Uriel Vega en sicología. Fueron también docentes de
tres de mis hermanos mayores. Así que conocían perfectamente a la familia y de
sus necesidades.
El maestro Ricardo se
comprometía con su labor docente. Él me dio clases desde tercer hasta quinto
grado de primaria –hoy le dicen educación básica- y era, hoy dirían violento,
pero en esencia más bien exigente.
Como muchos de aquellos
profesores tenía, ex profeso, en un vetusto armario una vara de membrillo (nunca
tuve curiosidad por conocer el nombre de ese árbol sencillamente por miedo a
acaloramiento de sus golpes) para hacer efectiva la gesta “la letra con sangre
entra”, normal en aquellos años.
Tan estereotipada era la
leyenda de los maltratos de maestros sobre infantes que hasta los padres de
familia apoyaban esas ejecuciones. No sólo las permitían sino hasta las
exaltaban. “Si no estudia, maestro, recomendaban, dele duro, para que entienda”.
Por supuesto no fui ajeno a
esas condenas, pero fueron las menos si las comparo con la de otros compañeros.
Recuerdo a un amigo de nombre Rubén Silva. Tez morena, cabello chino y medio
robusto. Esta última característica la denoto porque los demás eramos
enclenques y desnutridos. La mamá de Rubén iba, por lo menos, una vez al mes
para conocer el desempeño del hijo, quien siempre iba bien vestido. Dos
anotaciones también a resaltar porque mi papá o mamá sólo iban a fin de año y,
en ocasiones, iba descalzo a la escuela.
Pero Rubén era flojo. El
profe Ricardo, con la aprobación de la madre, le daba unas zumbas de aquellas
para que se pusiera a estudiar. En una ocasión Rubén de plano no quiso
contestar a una inquietud del maestro. Se limitó a decirle “ya sabes Rubén
ponte de 90 grados”, trajo la vara y dale que dale. Rubén gritaba los ayes por cada
varazo. Hasta aquí monótono lo de la semana. Hasta que de pronto soltó el profe
Ricardo los “a ver”. Y le pidió a Rubén que se bajara el pantalón. Éste se negó.
Amenazó el profesor, “sino te los bajas te voy a dar en las patas”. Y con
asombro vimos cómo se quitaba del trasero una mullida protección de plástico.
Ya sin escudo le dio, uno, sólo uno con el cual hizo que brotaran las lágrimas.
El profe Carreón comentó “ya se me hacía raro esas palabras guturales y que te
viera mas nalgoncito”.
Ya cansado de lastimar a
Rubén y de hablar con la señora; en una ocasión el profe Carreón se tardó más
de tres horas platicando con este muchacho flojo. No sé que le habrá dicho.
Rubén nos dijo que llegaron a un acuerdo, iba a pasar año de cuarto a quinto,
con la condición de que leyera algo en la semana y se lo platicara.
Terminó Rubén la primaria con
promedio de 7 y luego me enteré, que a diferencia de la mayoría, culminó una
licenciatura en la UNAM.
Todavía no culmino con esta
narrativa porque falta conocer que Carreón, como estudiante de la UNAM, vivió
en carne propia el movimiento estudiantil del 68.
Nosotros íbamos en quinto
grado. Y nos trató de explicar: “Ustedes están muy chicos para entender lo que
está pasando en este momento; pero mi obligación es comentarles lo que sucede”.
Entre los temas que recomendó es que leyéramos la prensa, en especial nos
indicó, el periódico Excélsior. Nos orientó a conocer los problemas para luego
tener un punto de vista. Jamás nos sugirió que estuviéramos frente a policías o
ejército para demostrar una solidaridad o fuerza estudiantil.
Fue de los pocos docentes con
el que hacíamos ejercicio. Hasta eventos deportivos organizaba. Nos enseñó a
jugar y golpear el balón de voleibol. Y como se inclinaba por la fuerza física,
en varias ocasiones llevó unos guantes de box con todo y protecciones. Esto le
apasionaba. A tal grado que se enfrentó, en combate, a un alumno. El pleito de
los dos era añejo, por supuesto, derivado de la autoridad del profesor y su
“forma” de enseñar con la famosa vara.
El estudiante no era un
muchacho, sino ya un joven de unos 18 años, el profesor cuando mucho 23. Así
que más o menos estaba parejo el pugilato. Además el alumno estaba fornido
porque asistía al gimnasio, tema que hizo notar el profe.
Muchos de los compañeros
alentaron al rival. Un poco para ver el desquite y otro por morbo. El profe
Ricardo sólo se protegía y como defensa, ahora lo veo de esta manera, sólo
marcó las debilidades del oponente. Por supuesto que al profe le entraron
algunos golpes que eran celebrados y reconocidos por él. No golpeó el maestro.
Al final el alumno se sintió satisfecho y hasta le dio un abrazo al docente
Ricardo.
Este estudiante siempre quiso
ser policía. El maestro le orientaba sobre el papel corrupto de ese oficio y su
rol de “bofe” contra el pueblo. Pero él estaba decidido. No pudo convencerlo
sobre su inquietud. Cansado de su necedad sólo le dijo, enfrente de todo el
grupo, “si quieres ser policía, está bien, sólo que debes ser el mejor, eso es
lo único que te pido”.
Por todas las enseñanzas que
hoy valoro, gracias Ricardo Carreón. revistaa@yahoo.com
No hay comentarios:
Publicar un comentario