sábado, 18 de mayo de 2013

Al maestro con admiración


¿Hay motivo para celebrar el día del maestro en un año donde profesores dejaron de ofrecer sus servicios por más de dos meses? Y además, como sociedad, tenemos presente la imagen de gente que rompió vidrios de ventanas y puertas de edificios públicos y bloqueó carreteras como forma de protesta.

O que los normalistas, futuros pedagogos, secuestran camiones y cierran carreteras para botear. Esas escenas están frescas y presentes en el imaginario social y, habría que acotarlo, no son todos, pero desgraciadamente sí, miles.

Afortunadamente existen profesores con vocación. A esos que les encanta leer y enseñar lo que han aprendido. A estos verdaderos maestros se les reconoce su labor con el paso de mucho tiempo. No es ni a corto como a mediano plazo. Pasan años para comprender a quienes labraron un horizonte distinto.

En esta entrega voy a realizar una comparación de la preparación profesional de algunos de lo que fueron mis mentores con muchos de compañeros que se desempeñan como tales.

Primer paso. Estudié, siempre, en instituciones públicas. En la primaria fui al turno vespertino porque mis padres carecían de recursos para comprar el uniforme. En términos marxistas entendí (en la adolescencia) que había clases sociales.

Desde aquel tiempo hasta la actualidad continúa con la deficiencia de cantidad de maestros. Pero por suerte me tocaron dos estudiantes que, hasta ese momento, eran pasantes de licenciatura de la Universidad Nacional Autónoma de México. Uno de ellos, Ricardo Carreón, en arquitectura y Uriel Vega en sicología. Fueron también docentes de tres de mis hermanos mayores. Así que conocían perfectamente a la familia y de sus necesidades.

El maestro Ricardo se comprometía con su labor docente. Él me dio clases desde tercer hasta quinto grado de primaria –hoy le dicen educación básica- y era, hoy dirían violento, pero en esencia más bien exigente.

Como muchos de aquellos profesores tenía, ex profeso, en un vetusto armario una vara de membrillo (nunca tuve curiosidad por conocer el nombre de ese árbol sencillamente por miedo a acaloramiento de sus golpes) para hacer efectiva la gesta “la letra con sangre entra”, normal en aquellos años.

Tan estereotipada era la leyenda de los maltratos de maestros sobre infantes que hasta los padres de familia apoyaban esas ejecuciones. No sólo las permitían sino hasta las exaltaban. “Si no estudia, maestro, recomendaban, dele duro, para que entienda”.

Por supuesto no fui ajeno a esas condenas, pero fueron las menos si las comparo con la de otros compañeros. Recuerdo a un amigo de nombre Rubén Silva. Tez morena, cabello chino y medio robusto. Esta última característica la denoto porque los demás eramos enclenques y desnutridos. La mamá de Rubén iba, por lo menos, una vez al mes para conocer el desempeño del hijo, quien siempre iba bien vestido. Dos anotaciones también a resaltar porque mi papá o mamá sólo iban a fin de año y, en ocasiones, iba descalzo a la escuela.

Pero Rubén era flojo. El profe Ricardo, con la aprobación de la madre, le daba unas zumbas de aquellas para que se pusiera a estudiar. En una ocasión Rubén de plano no quiso contestar a una inquietud del maestro. Se limitó a decirle “ya sabes Rubén ponte de 90 grados”, trajo la vara y dale que dale. Rubén gritaba los ayes por cada varazo. Hasta aquí monótono lo de la semana. Hasta que de pronto soltó el profe Ricardo los “a ver”. Y le pidió a Rubén que se bajara el pantalón. Éste se negó. Amenazó el profesor, “sino te los bajas te voy a dar en las patas”. Y con asombro vimos cómo se quitaba del trasero una mullida protección de plástico. Ya sin escudo le dio, uno, sólo uno con el cual hizo que brotaran las lágrimas. El profe Carreón comentó “ya se me hacía raro esas palabras guturales y que te viera mas nalgoncito”.

Ya cansado de lastimar a Rubén y de hablar con la señora; en una ocasión el profe Carreón se tardó más de tres horas platicando con este muchacho flojo. No sé que le habrá dicho. Rubén nos dijo que llegaron a un acuerdo, iba a pasar año de cuarto a quinto, con la condición de que leyera algo en la semana y se lo platicara.

Terminó Rubén la primaria con promedio de 7 y luego me enteré, que a diferencia de la mayoría, culminó una licenciatura en la UNAM.

Todavía no culmino con esta narrativa porque falta conocer que Carreón, como estudiante de la UNAM, vivió en carne propia el movimiento estudiantil del 68.

Nosotros íbamos en quinto grado. Y nos trató de explicar: “Ustedes están muy chicos para entender lo que está pasando en este momento; pero mi obligación es comentarles lo que sucede”. Entre los temas que recomendó es que leyéramos la prensa, en especial nos indicó, el periódico Excélsior. Nos orientó a conocer los problemas para luego tener un punto de vista. Jamás nos sugirió que estuviéramos frente a policías o ejército para demostrar una solidaridad o fuerza estudiantil.

Fue de los pocos docentes con el que hacíamos ejercicio. Hasta eventos deportivos organizaba. Nos enseñó a jugar y golpear el balón de voleibol. Y como se inclinaba por la fuerza física, en varias ocasiones llevó unos guantes de box con todo y protecciones. Esto le apasionaba. A tal grado que se enfrentó, en combate, a un alumno. El pleito de los dos era añejo, por supuesto, derivado de la autoridad del profesor y su “forma” de enseñar con la famosa vara.

El estudiante no era un muchacho, sino ya un joven de unos 18 años, el profesor cuando mucho 23. Así que más o menos estaba parejo el pugilato. Además el alumno estaba fornido porque asistía al gimnasio, tema que hizo notar el profe.

Muchos de los compañeros alentaron al rival. Un poco para ver el desquite y otro por morbo. El profe Ricardo sólo se protegía y como defensa, ahora lo veo de esta manera, sólo marcó las debilidades del oponente. Por supuesto que al profe le entraron algunos golpes que eran celebrados y reconocidos por él. No golpeó el maestro. Al final el alumno se sintió satisfecho y hasta le dio un abrazo al docente Ricardo.

Este estudiante siempre quiso ser policía. El maestro le orientaba sobre el papel corrupto de ese oficio y su rol de “bofe” contra el pueblo. Pero él estaba decidido. No pudo convencerlo sobre su inquietud. Cansado de su necedad sólo le dijo, enfrente de todo el grupo, “si quieres ser policía, está bien, sólo que debes ser el mejor, eso es lo único que te pido”.

Por todas las enseñanzas que hoy valoro, gracias Ricardo Carreón. revistaa@yahoo.com

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