Sigue la controversia si los
periodistas somos oficiantes o licenciados, por lo menos en Guerrero. Escribo
lo anterior porque quien se haya formado en la academia sabe (o debería saber)
que las fuentes no deben revelarse en el ejercicio de informar.
La ley ha decidido que la información
es de interés público.
Es decir, no importa cómo se
consigue el testimonio porque se parte de que es una verdad y en el mejor de
los casos, al periodista, le acercan documentos. O como se dice en el argot se
los filtraron.
Eso fue lo que aconteció con unas
reporteras del periódico El Sur que se edita en Acapulco, Guerrero.
Los artículos constitucionales 6
y 7 nos protegen, como comunicadores, ante autoridades civiles y judiciales. Y
no solamente los periodistas, sino también a médicos, abogados y sacerdotes.
Marco la diferencia de cómo
entiendo a periodista de oficio en comparación al formado en una vida académica.
El segundo debería presumir mayor formación, simplemente porque en su
desarrollo académico recibió diferentes exposiciones de otros profesionales. Excepciones,
existen, por favor.
En la década de los 80 surgieron
diversas instituciones denominadas de Comunicación, era la moda. Muchas de
ellas sin personal docente capacitado, pero realizaron el negocio en su
momento.
El periodista de oficio (no está
exento que haya buscado literatura) por lo general repite lo que ha visto.
Evidentemente existen excepciones a la regla.
También el asunto evidencia que
estudiantes de periodismo sólo buscaron un título para presumir entre amistades
y familiares. Nunca quisieron encontrar nuevo conocimiento, de antemano se
negaron a escuchar, éstos son casos normales de ignorancia.
Cuando se exhibe la ausencia de
conocimiento está claro que busca llamar la atención, de otra manera: ya se sea
en su atuendo, en su forma de caminar o con estridencias al hablar. A esto le
llamo vedetismo.
Cuando un periódico induce a sus
reporteros a esa estridencia (toma de edificio o huelga o marcha) se coloca en
la línea del show. Es decir, la intención es sólo para inducirnos a que a ese
medio lo coloquemos como el adalid de la información, cuando esa es precisamente
su función social.
Si alguna autoridad judicial o
legislativa o política nos obligara a revelar la fuente de manera formal (bajo
oficio) tenemos el recurso legal de acogernos a la constitución. Decir
simplemente “no debo revelar fuentes informativas porque la ley me lo indica”.
Cuando acudimos a ese vedetismo
periodístico ofrecemos el rostro de ser oficiantes con descarado maniqueísmo;
claro que habrá quien lo crea. Ni modo, así es la pluralidad.
Consigno que la ética se consigue
con la veracidad de la información. Y las reporteras de El Sur hicieron gala de esa regla de oro con la
información revelada.
Sin embargo, contrasto con otro
hecho al que acudimos cientos. El mismo periódico tergiversó las declaraciones
de Denisse Dressder. Ella dijo, e incluso apostó, frente a todos los presentes
pagar un desayuno sino ganaba Peña Nieto. La crónica indicó que había dicho la
politóloga que ganaría López Obrador.
¿Quién cambió la versión? ¿El
reportero? ¿El jefe editorial? o ¿El dueño?
En ese mismo nivel me cuestiono
¿Las reporteras conocen sus derechos? o ¿Les indicaron o sugirieron ese
vedetismo?
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