En un ambiente político poco o nada se puede aportar para un
debate académico. En el conflicto magisterial las posiciones se han vuelto
irreductibles. Los polos, a pesar del diálogo, cada vez se alejan más, lo cual
nos lleva irremediablemente a medir fuerzas.
Por ejemplo, en los últimos días se ha visto (a través de
manifestaciones) gran cantidad de personas que apoyan o simpatizan con los
maestros. La visión de las autoridades es que, si se compara con el total de
maestros en la entidad o con otros estados, esos inconformes, son una minoría.
Evidentemente se trata de propaganda, de ambos lados, para persuadir a sectores
que no se encuentran directamente involucrados en esta temática. Es decir,
ganar legitimidad.
Al revisar, de manera general, qué grupo ha estigmatizado al otro; no tendría dudas en
comentar que lleva la delantera el gobierno estatal y federal frente a los
maestros. La opinión pública ha calificado en general de “una bola de hordas” a
los profesores. Y es sencillo ubicarlo de esa manera porque el gobierno o
estado tiene, en su gran mayoría, de su lado a los intelectuales orgánicos; en
el vulgo del periodismo se les conoce como articulistas y columnistas. Otro
gran aliado del gobierno son las televisoras, las cuales, desde su origen han cooptado
a enormes cantidades de habitantes, porque no les generan contenidos para
reflexionar a la sociedad y sí para entretener.
El gobierno se apoya en el lema: dí mil veces una mentira
que se convertirá en verdad.
Pero independientemente de ese embelesamiento de la pantalla
con sus imágenes, los maestros cetegistas han evidenciado su barbarie. Los
símbolos capturadas por fotógrafos (imágenes fijas) y por las cámaras de
televisión (movimiento) no dejan lugar a dudas del comportamiento de esos
profesores. No. No son todos, pero esas figuras envenenan a los demás.
Los profesores inundan, tanto la carretera México Acapulco,
como al inmueble del Congreso, y comienzan a golpear con una hacha la división
de la autopista como la entrada del edificio legislativo, y arrancan los tubos
para agredir a ciudadanos y “defenderse
de policías”. Lanzan piedras para romper los cristales de la Biblioteca del
recinto legislativo y hasta autos particulares.
Pero lo que ya es intolerable es el cierre de una autopista
por horas. El pleito político no es con la ciudadanía, sino, frente a los
diputados y los que gobiernan la entidad. Ya deja de ser presión y se convierte
en afectación a terceros. Hasta aquí el problema es político: unos desean
conservar la plaza y otros arrebatárselas. Y en ésta temática, a los maestros,
les va la vida.
Sin embargo, para persuadir o convencer a otros sectores, ni
el gobierno ni los maestros han planteado, con mayor detalle, ideas sobre una
transformación de la educación.
Ambos sustentan generalidades y, paradójico, sí coinciden:
elevar la calidad de la educación, gratuidad y que las escuelas sean mejores.
Pero, también ambos no dicen el cómo.
Por lo que es necesario revisar la breve historia educativa
del México en el siglo pasado. En términos llanos la educación ha sido de
aprendizaje vertical, en donde el maestro dice lo que sabe, y, el alumno repite
lo que logra retener en su memoria.
Una revolución a esa manera de enseñar en el aula se observó
a principio de la década de los setenta. Ahora el alumno ya no esperaba la
cátedra del profesor, sino que sabía del tema a tratar. El profesor dejaba a un
lado su pupitre y se ubicaba a un lado del estudiante para ya no inducir, sino
platicar y en el mejor de los casos para intercambiar juicios. El método era
leer.
Los profesores dirán que eso no es posible en la primaria, a
lo mejor no, porque los niños están aprendiendo a leer, pero si les insisten y
repiten las letras y el alfabeto aprenden a leer en el primer año. Esto está
más que comprobado en el nivel preescolar. Miles de infantes de este nivel
saben leer, exacto no entenderán lo que se escribe, proceso que vendrá con el
ejercicio de la misma lectura, pero son capaces de distinguir las palabras.
Lo que se necesita en este país son métodos para acercarse a
la lectura. Persuadir a nuestros alumnos para que lean lo que, literalmente,
les caiga en las manos.
La ventaja de la lectura es que moviliza la imaginación y,
junto con ello, la neurona. Es decir, tendremos gente pensante. El desafío es
que también los profesores tendrán que leer el doble o triple que sus alumnos.
En este mecanismo, ¿estarán los profesores con el ánimo de involucrarse? No se
puede decir, tajantemente, no. Pero sí con reservas porque la mayoría de los
maestros ya no están leyendo, sencillamente porque ya conocen los contenidos de
los libros de texto, base del programa de enseñanza y cada año, con ligeras
modificaciones, imparten ante su grupo. Son, para desgracia, cíclicos.
Si regreso a la descripción política encuentro un sustento
de la simpatía que han encontrado los profesores con parte de la sociedad, eso obedece
a que por lo menos un profesor es integrante de una familia. A capitalizado esa
relación. Sin embargo, ese mismo conocimiento de su comportamiento profesional,
por la cercanía familiar, nos lleva a afirmar que son profesores que carecen de
vocación. Entonces defienden el trabajo, pero no su profesión. Acuden al empleo
sin el gusto de que otros aprendan. Pocos, sí, afortunadamente, les da complace
asistir a clases, simplemente porque les causa placer. Éste último tema también
poco comprendido en cualquier profesión. revistaa@yahoo.com
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