lunes, 27 de julio de 2015

Poder político sin aceptación social

En política no necesariamente porque se tenga el poder político se traduce en aceptación social.

Un ejemplo internacional lo podemos ver en Grecia. Tsipras, hace apenas unos meses, logró ganar la representación de su país a través de una votación. Ostenta el poder político y traía tras de sí el aplauso de la comunidad.


Al darse cuenta de la dificultad económica en la que se encuentra su país decide legitimar una consulta. Fortalece su figura porque el referéndum le es favorable. Lleva el apoyo de su gente. Va a negociar con otros grupos económicos y, sorpresivamente, recula.


Ha dividido a sus más cercanos colaboradores y también a su comunidad. Retiene el poder político pero ya no el social.


En el Distrito Federal sucede algo similar con el jefe de gobierno en la persona de Miguel Ángel Mancera. Ganó el poder político con más de 80 puntos porcentuales con la representación del Partido de la Revolución Democrática, y en la actualidad, gracias al evento de 2015, nos enteramos que pierde más de la mitad de las delegaciones políticas.


Mancera dilapidó la efervescencia social. Retiene el poder político sin el apoyo social.


El presidente Enrique Peña Nieto ha ido perdiendo paulatinamente la credibilidad social.


Los temas que más daño le han causado son: inseguridad, las casas blancas y el escape del Chapo.


Hoy su partido le ofrece todo el apoyo; pero las encuestas al pedir su opinión indican que apenas el seis por ciento cree en él.


El PRI retiene el poder Legislativo federal luego de las elecciones de 2015 y también el Ejecutivo (aunque no haya elecciones para este nivel), pero no convencen sus políticas públicas. Tienen el poder político pero lejos de lo social.


En el ámbito futbolístico Miguel Herrera logró ganar, nuevamente, la copa oro con la selección mexicana; sin embargo, no convenció a los que saben de ese deporte.  Conserva el puesto de director técnico sin credibilidad. 

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