martes, 8 de septiembre de 2015

Periodista Orquidea y Arturo Soto Gómez

De manera trágica falleció Orquídea Don Juan. Una periodista aguijoneante. Directa, de calificativos duros.

Hace tres días charlamos. En cuestión de cinco u ocho minutos me contó su último año. Coronado con un bebé de escasos tres meses. Se veía feliz, radiante.


Ya no le había leído, le reproché. Comentó que estuvo al cuidado de su embarazo y de Arturo Soto, su esposo. Fue un proceso de alto riesgo, me enfatizó.


A Orquídea la conocí por la relación que sostengo con Arturo Soto Gómez, una persona singular y extraordinario periodista.


Hábil, diestro con las pulsaciones de la teclas. Desliza sus dedos sobre el teclado y se ven reflejado en el monitoreo su velocidad.


Me comentan que Arturo se encuentra delicado de salud. Él es un roble, sí, un viejo roble.


Nos conocemos desde hace más de 30 años. El maestro Soto, como lo calificamos es diestro con el lenguaje y poseedor de una envidiable tesitura de voz. Eliseo Alburez, también de nacionalidad guatemalteca, decía: Arturo tiene una voz de oro.


La primera vez que le vi imprimir sus dedos sobre las teclas fue en aquellas máquinas de escribir Olivetti. Era un verdadero espectáculo ver su fluidez de pensamiento concatenado en la hoja en blanco que perdía espacio cuando recorría el carro.


En minutos, si, en tres o cinco minutos terminaba una nota de sociales o de política. Ha nacido para el periodismo.


Recuerdo una ocasión, ya muy noche (cerca de las 12), cuando Pedro Julio Valdés Vilchis, director de El Sol de Chilpancingo, lo conminó a escribir una nota. Habían llegado los datos y era imprescindible para el día siguiente.


Eran tres datos. Sólo tres detalles y Valdés Vilchis requería de una cuartilla.


Enfadado le dijo a Pedro: Mira ya son las doce y no tengo dinero para el taxi. Valdés Vilchis, con su lenguaje apenas audible y menos asequible, le asestó (porque no es algo que se le dé a Pedro Julio) te pago el taxi –en aquellos años la tarifa era de 13 pesos-.


Arturo se quitó una chamarra que traía en el hombro. Se sentó en la silla y frente a la máquina escribió en menos de cinco minutos la petición informativa y en la extensión requerida.


Ya ni siquiera revisó el texto. Estiró la mano para recibir el dinero, dio media vuelta y al alejarse se echó, nuevamente, la chamarra al hombro.


Pedro Julio sólo sonrió y con un guiño, nos dijo: Vean que chingón es éste.


Arturo ayer perdió a Orquídea y ella había ganado a un personaje del periodismo.

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